La ética personalista de la comunicación social en el magisterio de juan pablo ii
- Jiménez Álvarez, María Concepción
- José Francisco Serrano Oceja Zuzendaria
- Leopoldo Abad Alcalá Zuzendarikidea
Defentsa unibertsitatea: Universidad CEU San Pablo
Fecha de defensa: 2019(e)ko abendua-(a)k 16
- Enrique San Miguel Pérez Presidentea
- María Isabel Abradelo de Usera Idazkaria
- Francisco Cabezuelo-Lorenzo Kidea
- Jaime Rossell Kidea
- Ninfa Watt Kidea
Mota: Tesia
Laburpena
Se emprende el trabajo partiendo de que el discurso del Papa es de carácter doctrinal. Dicho discurso está presidido por una fuerte carga moral que deja traslucir su particular personalismo. La filosofía personalista del Pontífice, que subyace a su pensamiento ético, mantiene un marcado acento antropológico y cristocéntrico. Esta filosofía, al tiempo que hace progresar al magisterio de la Iglesia, presta una particular atención a las audiencias debido a las responsabilidades éticas derivadas de la comprensión personal de las mismas. Para ello, el Santo Padre emplea su propio método consistente en dirigirse a las mencionadas audiencias como si hablara a cada persona en concreto, utilizando el poder de la palabra con honestidad, valentía, claridad y fuerza moral, dando testimonio de la condición humana, como aparece en el Evangelio de Jesús, aún a sabiendas de las posibles consecuencias que su discurso puede originar en los poderes públicos. No obstante, ante estos, Juan Pablo II sirviéndose de su sentido de la oportunidad y de su carisma moral y personal, propiciado entre otros factores por la certeza con la que propaga la Verdad en la que cree firmemente, otorga todo su esfuerzo a que la opinión pública mundial dirija el ejercicio de su presión hacia la promoción y defensa de los derechos humanos. De esta forma se oponía a la injusticia social, económica y política, defendía la vida y la moral en las legislaciones abogando, igualmente, al compromiso de todos y muy en concreto a los medios de comunicación social. Karol Wojtyla fue un protector incasable de la cultura al entender que esta era el motor de la historia pero, ante todo y sobre todo, fue un defensor a ultranza del valor inalienable de la persona. Para ello fue clave su visión ética personalista, cuyo punto clave es la entrega de uno mismo a los demás: la Ley del don. Esta ley descubre que, por amor, las personas se donan mutuamente pudiendo llegar a su punto último que es el martirio. La filosofía personalista, antropológica y cristocéntrica, de Juan Pablo II tiene su origen en el Génesis. Aquí se contempla que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y, por tal motivo, es portador de dignidad y derechos fundamentales, entre los cuales se encuentra la libertad. Dicha dignidad se ve reafirmada por Cristo, que ocupó el centro de su discurso, Quién hecho hombre, redimió al género humano. Esta filosofía da testimonio de la Verdad y del carácter trascendental de la persona única, irrepetible, irreductible, inalienable. Juan Pablo II cuando ocupó la silla petrina era un hombre joven, un filósofo original y moderno, erudito, abierto al diálogo, gran conversador y conocedor del mundo en el que le había tocado vivir. Encaró, frontalmente, los graves problemas del siglo XX contribuyendo, en múltiples ocasiones, a su resolución y a la búsqueda continua de la paz. Para ello, fue fundamental su pastoral audaz y creativa, la renovación del papado y la Nueva Evangelización. Siguiendo sin temor el Evangelio, nos mostró el camino de la santidad.